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miércoles, 7 de marzo de 2012

Lo mejor de una entrevista de Ricardo Caruso Lombardi con El Grafico (2009)


¿Cómo fue tu infancia? Muy linda. Nací y me crié en Villa Urquiza, donde vivo. Cada calle tenía un equipo y se armaban desafíos en canchitas de la zona. Yo jugaba para Giribone, pero también me pedían de Pasaje China o Lugones; porque de pibe era habilidoso, me endurecí de grande. Y también jugábamos a la guerra, a la guerra de verdad, ¿eh?
¿No será mucho? Había cuatro casas abandonadas, así que nos hacíamos escudos y espadas de madera y nos cagábamos a palos defendiendo cada “castillo”. Pegábamos como locos. Era sano, pero bravo.
¿Y algo más inofensivo? La escondida, el poli-ladron... No faltaban los “asaltos”, donde bailábamos de lo lindo. Y en mi casa hacíamos un circo.
¡¡¿¿Un circo??!! Sí. En el fondo había un galpón donde armábamos el escenario y actuábamos. Unos pibes hacían de equilibristas, otros de payasos. La estrella era mi perro, al que le había enseñado algunos malabares. A las chicas les cobrábamos un peso la entrada, pero venían muchas por lo que se armaba después.
¿Eras buen alumno? Sí. Terminé de abanderado en la primaria y me llevé una sola materia en la secundaria. Hoy me acusan de mediático, pero fijate de donde viene mi facilidad de palabra: en la fiesta de fin de año fui el maestro de ceremonias. Agarré el micrófono y no me pararon más: “Buenas tardes, señoras y señores, abuelas y abuelos, niñas y niños, terráqueos y marcianos, estamos en la Escuela Enrique B. Mosca para…”. A los 12 años era así: desinhibido y quilombero.
¿Tu primer auto? Para mi cumpleaños 18, mi viejo me regaló el estuche de un reloj Seiko, pero adentro estaba la llave de un auto. En la puerta había un Fitito blanco, modelo 72, hermoso. Al otro día le puse la lengua de los Stones, el volantito chiquito, calcomanías… Pero a mi viejo le empezó a ir mal con su negocio de letreros luminosos y no lo pudo pagar. ¡Me lo regaló y lo tuve que pagar yo! “¿Qué clase de regalo me hiciste?”, lo cargaba. Había terminado la secundaria y ya estaba en Argentinos, pero vendía por la calle para sostener todo.
¿Qué vendías? Palanganas, fuentones y baldes de plástico. Y después sumé otros artículos.
¿Qué artículos? Macetas, tierra, turba. Me hice una cartera de cien viveros. También empecé a entrar a los almacenes, y en una semana enganché 97 vendiendo esponjas Patito, cervezas León de Oro, trapos de piso, Pinolux… Le levantaba pedidos a un mayorista. O sea que yo jugaba en Argentinos, vendía palanganas, elementos para viveros y artículos de almacén, todo al mismo tiempo. Estuve dos años así, hasta que tomé el mando del tallercito de mi viejo, salí a armar letreros y lo levanté. Un día caí en un cabaret, el dueño me fue recomendando y les hice la marquesina a unos quince.
¿Cómo arrancás con el fútbol? Mi papá era vicepresidente en el baby de Almagro, agarró de técnico y empecé a patear. Jugué ahí hasta los 12, pasé dos años por Parque y salté a Argentinos, donde me subieron a Primera con edad de Quinta.
¿Te acordás de tu debut en Primera? Contra Colón, en Santa Fe, el 20 de junio de 1981, salimos 0-2. Tenía de compañeros a Bordón, Magallanes, Randazzo, Zanabria…Jugué de cuatro y marqué a Luna. Después me bailó Teglia, el de Central; me dejó tres veces colgado de la baranda del foso de Arroyito, aunque ganamos nosotros 4-2. Mi puesto era ocho, pero me ponían de cuatro porque no tenía altura. A fin de año cambió el técnico, el nuevo no me tuvo en cuenta y fui a préstamo a Italiano.
¿Qué calificación te puso El Gráfico cuando debutaste? Creo que 6. Siempre me ponían 5 o 6. Para la Primera era un jugador regular, pero en la B me destaqué. Era de correr, marcar y meter. Como jugador parecía un técnico dentro de la cancha. Equilibraba al equipo, hablaba constantemente. Los entrenadores me lo valoraban mucho.
¿Llegaste a practicar con Maradona? Sí, él estaba en Primera cuando yo llegué a la Reserva. Nos limpiaba a todos con una facilidad asombrosa, nunca vi nada igual. El viejo Spinetto no quería que le pegáramos, así que el pibe se armaba un festín. Tengo varias anécdotas con él.
Contá una. Un día, jugando en Parque Saavedra para los Tricolores, nos tocó enfrentar a los famosos Cebollitas. Terminamos 1-0 el PT y nos agrandamos: “¿Estos son los famosos Cebollitas? Pan comido, les hacemos cinco”. Para ellos jugaban Diego, Delgado, Carrizo, el Mono Rodríguez… En el segundo nos metieron siete. Y en los últimos minutos llegaban hasta el área chica y tanto Diego como el Mono la tiraban por arriba del travesaño. ¿Sabés por qué? Atrás del arco había un nido de horneros. Y como ya no les divertía seguir metiéndonos goles, jugaban a ver quién lo volteaba. Eramos tan fáciles que los turros jugaban para voltear al hornero…
¿Otra con Diego? Para mí, fue inolvidable cuando con Parque, le ganamos la final de fútbol de salón a Sarmiento de Olivos, cuando él estaba suspendido en el Napoli. Goleamos 5-1, con tres míos y dos de él. Cuando hice el primero, me levantó para el festejo y le besé la cabeza. “No tenés a Careca, pero tenés a Caruso”, le dije. Se mataba de risa.
¿Eras vago para entrenar? Vaguísimo. Me mataba entrenando sólo cuando los técnicos me borraban. Si me volvían a poner, chau, me dejaba estar. Si íbamos a correr a la zona del golf, me escondía detrás de los árboles y nunca me encontraban. En Defe, el profe nos sacaba por Lugones o Libertador. Ahí me colgaba de un camión y viajaba adentro de la caja. Me bajaba unas cuadras antes, me mojaba el pelito como si hubiera transpirado y me mezclaba entre los punteros. “Muy bien, Caruso: sexto”, me decía el profe. A los jugadores, les inculco que no sigan mi ejemplo. Por eso me lesionaba mucho, largué a los 29. No elongaba nunca, ni loco me quedaba después de hora. Era vago, pero en los partidos me mataba. Igual, tenía un atenuante.
¿Cuál? Llegaba fusilado a las prácticas porque trabajaba. Mil veces llegué al entrenamiento de Almagro a los pedos, con la escalera bailando arriba de la multicarga. Me vendaba en el camino, paraba detrás de un arco, me bajaba con los botines desatados y empezaba a correr. Si el entrenamiento era a las 4, llegaba 3.59. El horario fue un problema grave para mí.
¿Es cierto que Grondona te aconsejó bien en un momento difícil? Es verdad. Cuando empecé a dirigir, era medio loquito. Tenía 5 fechas de suspensión y no podía entrar a la cancha. En un San Miguel-Italiano, terminó el PT y un jugador mío tenía los ligamentos rotos y otro una parada infernal, así que bajé de la popular y me metí en el vestuario de Pezzotta para decirle que fuera más severo. Al jueves siguiente, compro Crónica, miro los suspendidos y leo: “Caruso Lombardi, 16 partidos”. ¿De qué, si yo tenía 5? Llamo a la AFA y pregunto. “No viniste a declarar y sos reincidente, te informó por entrar al vestuario”. Así que fueron 16 más 5: ¡21 en total! “No dirijo más”, dije. ¿Sabés lo que era ir a la platea de visitante? Me decían de todo. Pero con Morón conseguí un permiso especial y entré. A la semana, me dieron 5 más por haber entrado con un permiso que no correspondía. Tenía cien fechas por boludeces. Entonces, fui a hablar con Julio.
¿Te levantó en peso? No, me trató bárbaro. Me pidió que parara la moto y que me bancara la suspensión. Y me tiró unos consejos que me guardo para mí. “Dame bola, que vas a llegar a Primera”, me dijo 12 años atrás, sabiendo que yo era del ascenso. Cuando me veía, me decía: “Venís bien, eh, ya te va a tocar la Primera”. Aunque tengo que agradecerle a mucha gente, en el fútbol me formé medio a la bartola, no tengo ningún padrino. Por eso me aferré a esas palabras de Julio, me marcaron un antes y un después.
¿Alguna vez quisieron sobornarte? Nunca.
Tu principal virtud como entrenador. El conocimiento. Conozco a los jugadores de todas las categorías. Miro donde otros no ven o no se dedican. Espío Madryn-Mitre, registro quién me gustó y seguro que lo llamo la próxima vez que me toca armar un equipo. Si armás bien un plantel, difícil que se caiga. Nunca tuve que irme de un equipo que armé: salió campeón o peleó algo. También necesitás buenos colaboradores y saber dar una charla técnica, entrarle al jugador. A mí el jugador me cree mucho, porque comprueba que en la cancha pasa lo que le digo.
¿Sos un técnico detallista? Al mango. Me río todo el día, pero a la hora de dirigir soy jodidísimo. Empieza el partido y me transformo. Sé todo de los rivales y les bajo la información a mis jugadores. Muy raro que se me escape un detalle. Soy bravo, muy calentón, aunque me fui equilibrando.
¿Es más difícil dirigir Primera o el ascenso? Para el que conoce el ascenso, la Primera es una risa. Yo dirigí donde no había pelotas ni agua caliente. Si veía que la Municipalidad ponía conos para asfaltar, me los afanaba porque me servían para entrenar. Pasaba despacito con el auto y los manoteaba. Dirigí en vestuarios con techo de chapa y piso de tierra. En Primera tenés todo, sólo hay que laburar. El oficio es el mismo, pero la gente es diferente.
¿En qué sentido? En la humildad, en las ganas de progresar. En Mar del Plata, se me acercan jugadores del ascenso para sacarse fotos, están contentos porque me fue bien. En cambio, hay gente que fue muy importante en Primera y te muestra la chapa: no te saludan, se hacen los giles.
Castaño, Mercier, Morel... ¿Cuál es tu método para buscar jugadores? Veo todo, desde siempre. Si un tipo me impresiona en un compacto que pasa TN Deportivo del Argentino B, lo llamo y lo cito para verlo. A Morero, que hoy está en Italia, lo vi en una final entre Douglas Haig y Nueve de Julio. Y lo fiché en Tigre. A Sabia y Battión los traje así. Los dirigentes de Argentinos no los conocían, tuve que luchar para que los aceptaran. Arrimás a un desconocido y se asustan, creen que los vas a mandar al descenso. Después se cuelgan la medalla: “Qué equipo tenemos, traje a Fulano y a Mengano”. Mentira: no trajeron a nadie. A Paparato quise llevarlo a Argentinos y no me dejaron. Ahí lo tenés: figura en Tigre. Ojo: yo los traigo, pero no hago nada, lo hacen los jugadores. Siempre tengo cinco o seis muchachos desconocidos en la mira.
¿Hay mucha envidia entre los técnicos de Primera? Cada uno hace la suya. Y a los demás, que los parta un rayo. Guarda: no son todos. Yo llegué a Primera y Russo me llamó para comer en Tandil con Alfaro y Falcioni. Ischia también se portó bárbaro, igual que Sensini. Pero la mayoría, si se puede hacer el boludo, se hace; no existís, sos un tipo que viene de abajo. Me quedo con lo que me dice la gente: “Seguí así”. Salgo a responder cuando dicen algo fuera de término.
Por ejemplo, a Gorosito. Con Pipo no tengo nada. Llegó y dijo que Argentinos ahora iba a jugar el fútbol que siempre le gustó al hincha. Eso me molestó. Yo dejé un equipo bárbaro, me fui por diferencias con los dirigentes. No me echaron, me fui yo. Pero Gorosito habló de más. Quizá lo dijo sin maldad, pero me molestó y le contesté. Yo no envidio a nadie. Me comparo con otros técnicos y no envidio a ninguno. Si tengo que disputar un cargo con Bielsa o Bianchi, seguro que pierdo 10 a 1. Pero con el resto, estoy a la par.
¿Por qué? Porque demostré que estoy al nivel. Esperaban mi fracaso y fue al revés. Argentinos estaba descendido, venían de pelear cuatro promociones y un descenso directo. Los dirigentes actuales deberían decir “La verdad es que acertamos en traer a Caruso, gracias a Maradona que lo recomendó”. Ellos no pensaban en mi éxito y en que los jugadores iban a rendir así. En ese momento, un Desábato, un Choy González, un Carrera, un Avendaño, no eran bien vistos en Argentinos. Y conmigo la rompieron. No hay que denigrar al jugador sin antes darle la chance que merece: una buena pretemporada, un trabajo serio. Nos salvamos del descenso, y después los vendieron a todos y tuve que armar un equipo nuevo. En definitiva: en Argentinos me fue bárbaro. Después agarré a Newell’s cuando todos lo esquivaban porque se iba al descenso. Lo sacamos entre el cuerpo técnico y los jugadores. Y ahora los piden de otros clubes porque los pibes se lo ganaron. Como cuerpo técnico, algo tuvimos que ver. No cabe duda de que en Primera se hicieron las cosas muy bien. Algunos se quedaron con esa espina y si pueden darte un palito, te lo dan. El que me conoce, sabe quién es Caruso. El que no me conoce, habla cualquier boludez: mediático, payaso, vendehumo. Lo sé porque me cuentan.
38 ¿Te ofreciste para River? Nooo… Liberman hizo una encuesta en la radio, me daba ganador y me entrevistaron. “¿Qué falta para que dirijas River”, me preguntó el Colorado. “Que me llamen”, le dije. Eso fue todo. ¿Qué querían que dijera? ¿Cómo no voy a querer dirigir River o Boca?
Completá la frase: “Caruso es un técnico ideal para…” Para cualquiera. No tengo letra: soy técnico de la A, B, C o D. Menos countrys, dirigí todo y muy bien. No cualquiera puede decir lo mismo. Yo sí que comí tierra. Tuve toda clase de jugadores: malos, regulares, buenos, troncos, cracks, mediocres, con y sin nombre.
¿Por qué dirigiste un partido a F.C. Urquiza? ¿Te faltaba prensa? Noooo… Fue una idea de los chicos de Estudio Fútbol y me entusiasmé. Practicamos dos horas y armé el equipo. Venían de perder siete seguidos, estaban últimos y le ganamos 3-0 el clásico a Central Ballester. ¿Qué tal? Llamalo suerte o como quieras. ¿Sabés cuántos querían que perdiera? Cuando leyeron el título de Olé –“Para Caruso, la Selección”– se habrán querido morir. “¡Este también ganó en la D!”
Cuando ibas a agarrar Argentinos, dijiste: “Por ahora, en el campeonato de los técnicos, todos son más que yo”. ¿Hoy, en qué lugar te ves? Igual que todos, porque gané y perdí con todos. En el banco contrario no me asusta ninguno. No es fácil ganarles a equipos de grandes entrenadores como Passarella, Merlo, La Volpe, Russo, Gorosito, Ramón Díaz… Para mí fue un orgullo haber enfrentado a técnicos de esa estirpe y ganarles a sus equipos. No a ellos, a sus equipos. Estoy hecho, poquitos llegan de la B a la A, salvo que asciendan con un equipo. Modestamente, marqué un antes y un después en ese sentido.
De uno a diez, ¿qué tan buen bailarín sos? Diez. Jajaja…
¿Qué ritmo es tu fuerte? El rock and roll, lustro la pista.
¿Te hubiera gustado hacer una temporada entera de “Bailando por un sueño”? No. Fui porque era por un programa. Tinelli me ponía fichas: “Mirá que ganás, la gente te va a apoyar”. Pero lo mío es dirigir. Se dijo que firmé con él porque un dirigente no me dejó. Mentira. Yo soy un loco lógico. Y la lógica es que si dirijo, no puedo bailar. Pero si hubiera agarrado viaje, no desentonaba. Además, la oferta económica era bárbara
¿Les tenés miedo a los aviones? Más que miedo, respeto. Me ponen muy nervioso. Si los puedo gambetear, los gambeteo. Me quedó una fea impresión a la vuelta de Japón, cuando fuimos con Argentinos. Ibamos pasando por el Mato Grosso y se movió todo, las azafatas rebotaban contra el techo. Y hace poco, yendo con Newell’s a Jujuy en un avioncito para 40 pasajes, estuvimos dos horas en medio de una tormenta terrible.
¿Alguna vez mandaste al equipo por avión y vos te fuiste por tierra? Un montón. Dirigiendo a Tigre, fui hasta la CAI de Comodoro en micro. Estuvo bueno: conocí lindos paisajes. También fui a Salta y Jujuy.
¿Por qué no hacés el curso de la NASA que le quitó el miedo a Bielsa? Lo mío no es para tanto, pero rechacé ofertas de Colombia y Ecuador para no viajar mucho por avión.
¿Qué pasó con tu cadenita con el escudo de Estudiantes? Se me rompió el ganchito, pero la tengo. Ahora uso una pelota de oro que me regalaron mis hijos.
¿Hiciste la colimba? Justo sos de la clase que fue a Malvinas. Me firmaron en rojo y me salvé. ¿Adiviná por qué? (dice quebrando la muñeca) Porque me habían partido la nariz de un codazo y no podía respirar. Me tocaba aeronaútica: 838. No sería malo que volviera la colimba, aunque fuera por seis meses. Serviría para tranquilizar a muchos pibes que no saben para dónde ir y terminan cayendo en la droga o la delincuencia. La droga los pierde. Y roban para comprarla.
¿Cuánto le debés a Maradona por recomendarte para Argentinos? Sin el empuje de él no hubiera llegado a Primera, salvo que siguiera en Tigre y me sostuvieran después del ascenso. Me encontró en un bar de Las Cañitas una semana antes del fin de mi contrato en Tigre. “Vos ya estás para la A, voy a hablar con los dirigentes de Argentinos”, me dijo. Fue el gran espaldarazo. No soy de su grupo íntimo, hacía diez años que no lo veía. Seguro que tiene muchos amigos, pero me tiró esa soga a mí. Nunca lo voy a olvidar. Ese día, le pedí un autógrafo para mis hijos. Como no encontrábamos papel, lo firmó en un plato. Lo tienen colgado en la pieza.


No cualquiera puede decir que es amigo del Jefe de Gabinete. La relación con Sergio Massa viene de tiempo atrás. Tigre se iba a la C. “¿Lo podemos sacar?”, me preguntó, cuando nos presentaron. “Dejame ver el plantel”. Analicé y le dije: “Nos va a costar un huevo”. Pero le dimos para adelante y zafamos. En la primera nota declaré: “Vine a despertar a un gigante dormido”. Fueron cien hinchas nada más, con la multitud que hay atrás de Tigre. Terminó el torneo y dejé a cuatro jugadores: Blengio, Galmarini, Matías Giménez y Altobelli, que fue a préstamo a Barracas Bolívar. Sergio se quería ir, había perdido mucha guita. Le pedí que bancara un torneo más: “Quedate que salimos campeones”. Sólo tenía 30 mil pesos de sponsoreo, así que le armé un equipo nuevo con ese presupuesto, mientras otros tenían 60 mil. Y salimos bicampeones. Al otro año, armé el equipo del Nacional B; hicimos 55 puntos y quedamos afuera por un gol.
¿Nunca discutiste con Massa? Tuve dos o tres peleas; no nos hablamos por un tiempo, hasta que nos amigó su secretario.
Pero te hizo quedar cuando querías irte. Sí, yo me quise ir después del lío en aquel famoso Tigre-Huracán. “Si te vas, me voy yo”, me metió presión. El club atravesaba una crisis cuando él agarró para gerenciarlo. Casi no había dirigencia, me daban carta libre hasta para hacer los contratos, que escribía a máquina con un dedo. Vivimos muchas cosas juntos. Yo lo guié a nivel jugadores, él ya era jefe del Anses. A Sergio no le gustó que me fuera a Argentinos, aunque le dejaba un equipo armado, casi campeón. “Traete un técnico que más o menos te guste y va a caminar”, le dije. Era mi gran oportunidad y a Tigre ya le había dado el máximo. Hice de todo por el club: desde probar 400 jugadores y sacar 3, hasta ser el garante con mi casa, de los departamentos para los jugadores, porque al club no le tenían confianza para alquilarle. “Si a vos te vienen a buscar para ser gobernador, te vas. A mí me pasa lo mismo. Tranquilo que ascendés en junio”, le decía.
¿Cuál fue la cancha más jodida en la que jugaste? Atlético Tucumán. Fuimos una noche con El Porvenir. Me escupieron de todos lados. Ganamos 2-1 y casi nos tenemos que ir adentro de los bolsos.
¿En las concentraciones sos un técnico amiguero? Estoy siempre mezclado con los jugadores: charlamos, vemos tele, chateamos, jugamos a las cartas. Boludeo todo el tiempo. El jugador que no tiene buena onda conmigo, es porque no quiere. Trato igual a las figuras que a los chicos.
¿Y si alguno te pide salir para ver a una chica? Hay que manejarlo. Si no jode al equipo y al compañero, tal vez lo dejo. He dado varios permisos. No por una chica, sino por situaciones familiares importantes. Soy permisivo, trato de entender.
¿Lloraste por el fútbol? Varias veces. De bronca y de emoción. Lloré cuando perdí una final por penales con Talleres, siendo jugador de Almagro. Y también cuando estaba en Argentinos y un técnico no me llevó a la pretemporada. Tenía 21 jugadores y llevó a 20. Mis compañeros se fueron a Necochea y yo me quedé llorando sentado en el cordón.
¿Quién fue? Un técnico de Primera, no importa el nombre (N de la R: Chiche Sosa). También lloré cuando quedé libre de Argentinos. Me negué a ir a préstamo y me limpiaron. Y de alegría, lloré con los títulos y cuando nos salvamos del descenso con Argentinos. Pero soy una nena cuando me despido de los planteles. Es el momento más duro.
¿Eras de agarrarte a piñas? De pibe, fui peleador. De jugador, era tremendo: te pisaba en los corners, te metía el dedo en el culo en una barrera, trababa con plancha si enfrente había un mala leche… Como técnico, no. Jamás me agarré con un jugador.
Pero en Temperley hubo un muchacho que te amenazó con un revólver… Sí, pero no peleamos. Era un jugador del club al que le dije que no viniera más. No le gustó y me mostró el manguito del chumbo. Después me pidió disculpas. Dijo que andaba armado porque vivía en un barrio pesado.
¿Tenés muchas cábalas? Voy cambiando. Una bufanda en Italiano, el traje en Newell’s, una campera en Argentinos. Son boludeces, las cábalas no ganan partidos.
¿Adónde llegarías si en Primera metés una campaña como la que hiciste en Tigre? Salgo en el Diccionario de la Real Academia Española. No le dieron tanta importancia porque fue en Primera B, pero es para ponerla en un cuadrito. Ser invicto y sacar 50 puntos de 60, no existe en el mundo. Hicimos 93 sobre 120 posibles en el bicampeonato. Salvo el Chelsea, que hizo 95, no nos superó nadie. Es récord en la historia del fútbol argentino.
¿Cuando pasan en la tele un partido de la Champions, ponele Roma-Real Madrid, lo ves como algo inalcanzable o decís "Algún día puedo estar ahí"? En esos partidos, veo muchachos que conmigo no jugarían… Algunos tienen una suerte, los arqueros atajan más con los pies que con las manos… Nosotros nos encandilamos con partidos de Italia, Inglaterra o España, pero no son todos iguales. Andá a bancarte entero Osasuna contra Almería, o Blackburn contra Wigan. Mirás si juega Messi, si está Carlitos, nada más… Nosotros alabamos lo de afuera y criticamos lo nuestro, pero por algo se llevan tantos jugadores de acá.
¿En Newell’s, te hicieron una cama? No sé. Los periodistas dicen que sí, pero no me puedo guiar por eso. López nunca me dio una razón, ni me dijo “Te echo por mal técnico”. Al contrario, me dijo que fui el mejor que tuvo, que de 100 cambios hice 98 bien. No sé por qué tuve que irme: él estaba conforme, la gente me adoraba y me querían 32 de los 35 jugadores… El problema es que a Caruso siempre lo llaman para depurar planteles. A Tigre lo salvé y depuré el plantel, que luego agarró otro y le fue bien. Con Argentinos, lo mismo: zafé del descenso y depuré el plantel. En Newell’s, igual. Siempre hay disconformes cuando depurás, y más cuando no tenés historia como jugador. Alguno salta.
¿Lo decís por Schiavi? Claro. Me enojé cuando leí su nota en El Gráfico. Habló dos meses después que me fui, adentro no me había dicho nada. Siempre lo defendí, al presidente le pedí que le renovara, compartíamos la camioneta que iba y venía de la concentración, tenía un diálogo excelente. Por eso me extrañó lo que dijo, y salí a matarlo en Olé.
¿Le viste una doble cara? Dejalo ahí. Yo no lo liquidé cuando declaró mal de un colaborador mío, prioricé el interés del club. Cuando lo llamé, me cortó el celular. “De Caruso aprendí lo que no hay que hacer”, les dijo. Increíble. Si vos me decís que me porté mal con el grupo, que no sé plantear los partidos, que me equivoco en los cambios… ¿Que yo no respeto a los grandes? Si pedí que le renovaran y lo puse de capitán, lo quería como líder. ¿Eso no es respetarlo? Se portó muy mal conmigo. Todavía estoy esperando que me llame para pedirme disculpas. Algún día va a recapacitar, pero no me va a llamar porque cuando uno es orgulloso, no reconoce. Me hizo mucho daño en mi carrera profesional, estoy recontradolido a nivel humano. Con los demás estoy bárbaro. El otro día me crucé con varios, en una calle de Mar del Plata, y estuvimos media hora hablando, recordando lindos momentos. Eso es para los que decían que no me querían.
¿Influyó Claudio Husaín en tu despido? El tema pasa porque dejé afuera a dos jugadores para el torneo siguiente. Para ellos, soy un Don Nadie. Y si un Don Nadie viene a sacarte, agitás el run-run para sacar a ese técnico. Todo arrancó cuando, en una nota, dije que López me iba a renovar el contrato. A partir de eso, empezaron los problemas. Sabían la lista de los que yo no quería y empezaron a tirarme. Habló Schiavi porque ellos estaban afuera, no jugaban. Primero buscó por el lado del profe, pero no salté. Y la siguió cuando me fui. Yo soy buena leche con los jugadores. En 15 años dirigí a 600, es lógico que algunos no me quieran. Pero mi función es elegir. Acá las cosas son claras: si vos estás ganando mucha plata y una elección mía puede hacer que dejes de ganarla, hacés lo imposible para que me rajen. Hablás con la hinchada, le comés la cabeza a este, le das máquina al otro, le hablás al presidente y listo, generás el mal clima. Conclusión: me rajaron sin que hubiera hecho nada malo.
¿López te defraudó? Vos lo defendiste, pero te fletó. A mí nunca me falló. El quilombo lo tengo ahora, con el cobro de unos documentos. En una nota de Olé me preguntaron si era pillo y dije que sí. Nunca dije: “Es el más pillo de todos”. Eso me lo cambiaron para darle pimienta a la nota. No es así: respetá el textual. No dije que López era bueno y los demás boludos.
¿Por qué te cruzaste con Scotti? Habló mal porque le contaron algo que no sucedió. Jamás dije que conmigo no jugaba más, por el tema de la Selección. Si yo lo hice traer y lo llamé cinco veces para renovar el contrato, cuando estaba en la Selección... Si estoy enojado con vos, ¿me voy a llevar a tu hermano a Newell’s? Date cuenta de que te dieron mala información. Retractate y te voy a agradecer.
Tu mejor arenga como entrenador. Tres. Una en Tigre, en la final con Platense, ni yo podía creer lo linda que salió. Otra en Italiano, en la final con Almagro; lloraron todos los jugadores. Ganamos una final enorme, veníamos de muchos problemas; yo, con mi papá internado. Y otra linda fue antes de River, en Argentinos. No las pienso, me nacen espontáneamente en el momento. Cada vez que me sale una charla así, ganamos.
¿Te acordás de dónde pasaste tu cumpleaños 36? En la cárcel de Rosario. Perdimos 3-0 con Central Córdoba. Me habían escupido de lo lindo y justo pasa un policía. “Mirá cómo me dejaron”, le digo. Y el cana me dice “Ya está, papá, les rompimos el culito”, y me toca el cachete. ¡Para qué! Lo empecé a reputear, lo empujé, se armó una goma bárbara. Bueno, ese tipo era el comisario, así que me llevaron preso. Tuve que tocar el pianito, hacer análisis, todo el circo. Estuve seis horas adentro y me la tuve que comer: ¿quién me iba a creer que el comisario me había cargado? Los jugadores me esperaban afuera, en el micro, y me cantaban: “Que los cumpla feliz, que los cumpla feliz…”. Y yo, detrás de los barrotes...
¿Cuál es el mejor jugador del mundo? Verón es un jugador impresionante. Es un placer verlo, un manual abierto jugando a la pelota. Le pega como los dioses, sabe qué pase hacer antes de recibir. Y si me das a elegir otro para ponderar, me quedo con Battaglia. Me emociona verlo jugar a Battaglia. A veces, se banca partidos solito en el medio: marca, llega, cabecea en un área, llega a la otra, quita de nuevo, va, viene… Me hubiera gustado ser un jugador como Battaglia. Es ganador, tiene amor propio, superó lesiones jodidas, habla lo necesario, juega siempre.
Si en tu equipo tuvieras a Messi, ¿en qué posición lo ponés? En el banco. A Messi lo pondría en el banco.
¿Con Luis Segura quedaste mal, te defraudó? Conmigo se equivocó. Le doy las gracias porque me llevó a Argentinos cuando me recomendó Diego. Pero él también tiene mucho que agradecerme.
¿Por qué? Porque en su carrera política dentro del club nunca tuvo un equipo que hiciera una campaña como el mío, siempre había peleado el descenso. Nunca estuvo convencido de llevarme. Cuando le pedí jugadores, siempre me puso un “pero”. Como le anduve bien, me ofreció renovar, lástima que con un pequeño aumento. Ahí empecé a sentir que no lo hacía convencido. Nunca sentí el apoyo. Jamás me dijo “Vení, tomemos un café, charlemos del equipo”. No quería a nadie: Battión, Mercier, Sabia… Encima, la gente me ovacionaba porque los salvé del descenso, y eso a veces molesta. El pensaba que los jugadores que le traía no podían jugar, pero los hechos demostraron que yo tenía razón. Debe agradecerme la venta de Navarro, cuando Argentinos hacía tiempo que no vendía a nadie afuera. Le insistí para traer a Pereyra y pudo negociarlo. Vendió a Leo Núñez después de seis meses bárbaros conmigo. Ahora tiene pedidos por Mercier, Ortigoza, Escudero… Un montón de jugadores que uno trajo o potenció. Y eso posibilitó que ganara las elecciones. También permitió una entrada importante, cuando el club no estaba bien. Entonces, no se puede enojar porque aclaré que no me sentía querido. Me fui a Newell’s, no le gustó e hizo cosas que no correspondían.
¿Por ejemplo? Descontarme el valor de la ropa de entrenamiento. También se metió en mi vida privada y le retruqué. Hay una diferencia: no estoy enojado con él, no hablé mal de él y si lo tengo que saludar, lo saludo. En cambio, él está enojado conmigo, habló mal de mí y si me tiene que saludar, no me saluda. Yo sigo demostrándole que soy gente. Le agradezco la oportunidad de dirigir en Primera. El tiene que agradecerme una campaña bárbara con el equipo que le armé yo. Debería decir “Menos mal que me fue bien con un técnico en el que yo no creía; un tipo de abajo, por el que no daba dos pesos, me dejó firme en el cargo”. Cuando apoya la cabeza en la almohada, sabe que Caruso se portó superbién con él.

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